Me siento vacío…
Lleno de los restos de amor que aún quedan en el cajón negro el cual antaño fue un corazón, me quede esperándote, pero nunca apareciste…
Espere, espere, y espere. Las noches se hacían largas como si estuviera enfermo. En realidad tal vez lo estuviera, tal vez y solo tal vez estuviera enfermo.
Contaminado por la avaricia sensual, por la lujuria del pasado y la envidia corrosiva que fluía por mis venas, mientras otra noche más pasaba antes mis ojos.
Y delante de mí un árbol milenario, impasible al paso del tiempo seguía siendo fuerte y robusto, que desde sus raíces hasta sus hojas era yo.
Aunque fuera un árbol, una piedra o un soplo de aire, sentía como cada uno de ellos me gritaba; pedían entre alaridos y sollozos el beso que nadie les dio.
Quiero ser algo mejor que un alma en pena que pide a gritos un poco de amor, quiero que tú me liberes de esa condena que me tocará soportar. Pero tu no estas…
Sigo de pie ante el árbol, junto a la piedra y siendo acariciado por el soplo de aire; ya ninguno pide nada.
Cierro los ojos esperando despertar junto a ti, frente a los ojos azules como el cielo, respirando cerca de esos labios pecaminosos.
Pero en vez de eso, solo hay calma a mí alrededor, abro los ojos y soy parte del árbol, soy una de sus hojas que ahora no oye a sus compañeros pidiendo cariño.
Ahora solo hay paz, seguida de una extraña sensación de melancolía con sabor a ti, aún me acuerdo de ti…
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